El olivo


Dios lo sabe...
—Necesito aceite —dijo el anciano monje. Y decidió plantar un brote de olivo.
—Señor —oró—. Necesita agua para sus tiernas raíces. Envía lluvias suaves.
—Señor —volvió a rogar el monje—. Mi árbol necesita sol. Has resplandecer su brillo, te lo ruego.
Y el sol dio un destello de oro a las goteantes nubes.
—Ahora, Señor, has que descienda la temperatura para que la escarcha le afirme los tejidos —clamó el monje. Y así, el arbolito brilló con la escarcha. Sin embargo, esa noche murió.
El fraile fue en en busca de otro monje de su congregación, y le contó su extraña experiencia. Este otro le dijo:
—Yo también planté un arbolito y  está desarrollandose bien; pero encomendé mi árbol a Dios. Él sabe más que un hombre como yo lo que verdaderamente necesita. No le puse condiciones. No fijé la forma ni medios. Recé: «Dale lo que necesite. Tormentas, sol, viento, lluvias o heladas. Tú, que creaste el árbol, lo sabes. 

No os angustiéis, pues, diciendo: «¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?», porque los gentiles se angustian por todas estas cosas, pero vuestro Padre Celestial sabe que tenéis necesidad de todas ellas. Buscad primeramente el Reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. (Mateo 6:31-33 RV 1995).

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